La meditación “mindfulness” o de atención plena como tratamiento de la preocupación crónica: Evidencia psicofisiológica


(Artículo original de la web cienciacognitiva: Luis Carlos Delgado, Pedro Guerra, Pandelis Perakakis y Jaime Vila
Dept. de Personalidad, Evaluación y Tratamiento, Universidad de Granada, España)

(cc) Marta YglesiasLas técnicas de meditación son fruto de una antiquísima tradición que sólo recientemente se ha sometido al escrutinio científico. Aunque actualmente hay consenso sobre su capacidad de inducir cambios en el funcionamiento del sistema nervioso y sobre su efectividad como terapia para ciertos tipos de trastornos psicológicos, aún nos queda mucho que descubrir. Describimos aquí un estudio reciente de nuestro laboratorio donde se valora la capacidad de una técnica de meditación conocida como “mindfulness”, o atención plena, para reducir la preocupación crónica, y se avanza en la comprensión de sus mecanismos psicofisiológicos subyacentes.

Desde que en los años 60 y 70 algunos psicólogos pioneros, como Antonio Blay en España o Alan Marlatt en Estados Unidos, comenzaran a aplicar clínicamente la meditación, esta herramienta ha ido paulatinamente alcanzando un lugar prominente en algunos sectores de la clínica psicológica. Sin embargo, ha sido en la última década cuando se ha producido una explosión sin precedentes en el uso clínico de “mindfulness”.

Tradicionalmente, se han distinguido dos tipos de meditación, una concentrativa, en la que se utiliza un objeto de concentración (p.ej., meditación trascendental), y otra de foco abierto, llamada “awareness”, “insight” o meditación ”mindfulness” (p.ej., Vipassana y Zen). El término “mindfulness” se ha traducido al castellano como “atención plena” o “conciencia plena”, aunque diversos autores prefieren preservarlo en inglés para evitar la confusión generada por una traducción imprecisa. En este artículo la denominaremos “atención plena”. Una forma de entender la atención plena es hacernos las preguntas claves del “qué”: conciencia del momento presente con aceptación; del “para qué”: para conseguir lucidez mental, estabilidad emocional e intención valiosa; y del “cómo”: a través del reconocimiento compasivo, no evaluativo y ecuánime de pensamientos, sensaciones y emociones, salvando la divagación mental y la evitación o sobre-implicación emocional. Entre las aplicaciones clínicas actuales destacables de la atención plena se encuentran el afrontamiento de enfermedades crónicas, la prevención y tratamiento del estrés, los trastornos de ansiedad y la prevención de recaídas en depresión o adicciones (para una revisión véase Delgado, 2009).

Aunque la preocupación posee una función adaptativa orientada a la resolución de problemas, al hacerse crónica puede acarrear un trastorno de ansiedad generalizada y conllevar consecuencias no deseadas para la salud y el bienestar. El fenómeno de la preocupación está asociado a una percepción de amenaza vinculada a la activación de las primigenias reacciones naturales de defensa de nuestro organismo (congelamiento, huida o lucha). Estudios recientes han demostrado que la preocupación crónica es equivalente a un estado de ansiedad anticipatoria acompañado de pobre regulación autonómica (véase Delgado y cols., 2009). Si contraponemos las características de la preocupación crónica (p.ej., no aceptación de la incertidumbre, anticipación de eventos futuros y evitación cognitiva de la experiencia interna) con las características de la atención plena (p.ej., focalización de la atención en el presente y aceptación de la experiencia en curso) es razonable pensar que un entrenamiento en atención plena puede ser un instrumento óptimo para el afrontamiento de la preocupación crónica.

En la excelente revisión de Cahn y Polich (2006) sobre estudios psicofisiológicos de la meditación se concluye que la práctica de la meditación afecta claramente la función del Sistema Nervioso Central. Sin embargo, se advierte que estamos aún muy lejos de alcanzar un consenso sobre los cambios neurales específicos y las diferencias entre los tipos de meditación. En el campo específico de la preocupación y la ansiedad generalizada, diversos estudios han mostrado resultados positivos al emplear la atención plena como tratamiento (véase Delgado y cols., 2010). Sin embargo, dichos estudios se han limitado a medidas de autoinforme, sin incluir índices fisiológicos que pudieran ayudar a explicar los mecanismos subyacentes a la mejoría clínica.

El propósito de nuestro estudio (Delgado y cols. 2010) fue examinar los cambios producidos en un conjunto de índices psicológicos y fisiológicos de auto-regulación emocional como consecuencia de un entrenamiento basado en habilidades de atención plena, en una muestra de personas con rasgo alto de preocupación. El procedimiento se llevó a cabo comparando índices de meta-cognición emocional, índices clínicos (preocupación, ansiedad, depresión, afecto positivo y negativo, problemas de salud) e índices fisiológicos (funcionamiento del Sistema Nervioso Autónomo y patrón respiratorio) entre un grupo entrenado en atención plena y un grupo control entrenado en relajación progresiva de Jacobson más la utilización de una auto-instrucción de posponer la preocupación a un periodo posterior cuando era detectada (método que previamente había conseguido buenos resultados, véase Delgado y cols., 2010).

En consonancia con nuestra hipótesis, los principales resultados obtenidos mostraron que: a) los índices clínicos mejoraron de forma similar en ambos grupos, sugiriendo que los dos programas de intervención tuvieron éxito en producir un progreso clínico; b) los índices de meta-cognición emocional fueron superiores en el grupo de atención plena, reflejando la consecución de una mayor claridad y discriminación de sentimientos y emociones; c) ambos grupos mejoraron el funcionamiento del Sistema Nervioso Autónomo (índices de variabilidad cardiaca y tasa respiratoria) después del entrenamiento, pero el grupo de atención plena mostró un patrón respiratorio más adaptativo, con una tendencia a reducir la ventilación (menor tasa respiratoria y mayor periodo espiratorio, véase la Figura 1); y d) la respuesta cardiaca de defensa (otro índice de regulación del Sistema Nervioso Autónomo) también mostró cambios más favorables en el grupo de entrenamiento en habilidades de atención plena, observándose una tasa cardiaca menos acelerada, lo que supone una mejor capacidad de regulación autonómica.

Figura 1

Figura 1.- Tasa respiratoria y período espiratorio después del entrenamiento mientras los participantes del grupo de “mindfulness” y el grupo de relajación estaban en descanso, practicando “mindfulness” o relajación (según el grupo), o preocupándose.

En conclusión, los resultados de este estudio muestran un efecto diferencial de la atención plena con respecto a la relajación, que comprende una meta-cognición emocional más adaptativa y unos mejores índices fisiológicos de regulación autonómica. Esto aporta evidencia a favor de la atención plena como promotora del aprendizaje de nuevos mecanismos de autorregulación emocional y fisiológica en el afrontamiento de la preocupación crónica, que pueden ser mediados por sus claves de conciencia y aceptación de la experiencia presente.

Referencias

Cahn, B. R. y Polich, J. (2006). Meditation states and traits: EEG, ERP, and neuroimaging studies. Psychological Bulletin, 132, 180–211.

Delgado, L. C. (2009). Correlatos psicofisiológicos de mindfulness y la preocupación. Eficacia de un entrenamiento en Habilidades Mindfulness. Biblioteca Electrónica de la Universidad de Granada.

Delgado, L. C., Guerra, P., Perakakis, P., Mata, J. L., Pérez, M. N., y Vila, J. (2009). Psychophysiological correlates of chronic worry: Cued versus non-cued fear reaction. International Journal of Psychophysiology, 74, 280-287.

Delgado, L. C., Guerra, P., Perakakis, P., Vera, M. N., Reyes del Paso, G., y Vila, J. (2010). Treating chronic worry: Psychological and physiological effects of a training programme based on mindfulness. Behaviour Research & Therapy, 48, 873-882.

Manuscrito recibido el 14 de julio de 2010.
Aceptado el 8 de septiembre de 2010.

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Estrés infantil (La Vanguardia 17/6/2011)


Artículo original

No sólo los adultos, también los niños están sufriendo este mal endémico de las sociedades desarrolladas y que los expertos llaman estrés. El ritmo de vida y un exceso de actividades extraescolares contribuyen a que los más pequeños lo padezcan.

Estrés infantilYa falta poco para que los niños terminen la escuela y empiecen vacaciones. Padres y madres coinciden en señalar que sus hijos están cansados y parecen estresados por la cantidad de trabajos y exámenes realizados durante el curso escolar. Y para compensar tanto esfuerzo y desgaste de sus hijos, algunos progenitores explican orgullosos todas las actividades que realizarán durante las vacaciones para que disfruten del tiempo de ocio: refuerzo de algunas materias (que si matemáticas o lecturas de libros), idiomas, hípica, deportes acuáticos y un largo etcétera según preferencias y disponibilidades. Casi todas las vacaciones de los niños ya están programadas. Lógico, hay que combinarlas con el trabajo y otras circunstancias, como en el caso de los hijos de padres separados. No es fácil para los padres y puede resultar estresante. Pero tampoco es fácil para los hijos y también les puede estresar todas estas situaciones, como constatan los expertos. No sólo ahora en vacaciones, sino también durante el curso escolar. El estrés no sólo afecta a los adultos.

Se está produciendo un preocupante aumento del estrés entre los más pequeños. “En los últimos años he notado en la consulta que hay un incremento del estrés de los niños”, afirma Natalia Ortega, psicóloga infantil, socia fundadora de Activa Psicología y Formación, en Madrid. Y según la Sociedad Española de Estudios deAnsiedad y Estrés, las cifras se acercan al 8% de la población infantil y al 20% de los adolescentes. Antonio Muñoz Hoyos, catedrático del departamento de pediatría de la Universidad de Granada y presidente del XX Congreso español de pediatría social titulado “Problemas emergentes en pediatría social” –que se celebrará el próximo mes de octubre–, señala que actualmente hay una tendencia a “cargar el 100% del tiempo del niño con actividades o se intenta sobredimensionar una faceta determinada por encima de la apetencia del niño a disponer de su tiempo de ocio, lo que puede provocarle estrés y sensación de agobio”. Rosa Jové, psicopediatra, especializada en antropología de la crianza, miembro fundador del grupo de psicólogos en emergencias y catástrofes de Catalunya, miembro permanente del Observatorio de los Derechos de la Infancia de la Generalitat de Catalunya y autora de, entre otros libros, Ni rabietas ni conflictos (Ed. La esfera de los libros), va un poco más lejos y afirma que incluso se ponen demasiados deberes escolares para casa. “Hay una idea equivocada sobre los deberes escolares. Atentan contra el tiempo de ocio que pueden disfrutar nuestros hijos y muchas veces es una inversión de tiempo que no sirve para nada. Hay que replantear qué se hace, por qué y sobre todo si hay que hacerlo”. Biel Pujol, vocal de psicología educativa del Col.legi Oficial de Psicòlegs de les Illes Balears, resalta que los niños entre doce y catorce años “son los más proclives a sufrir estrés infantil”. Pero tampoco se salvan los más pequeños. Natalia Ortega destaca que incluso los niños de seis años ya llevan una sobrecarga de tareas que los lleva hacia el estrés. “Los niños mismo afirman que están muy cansados”, asegura la psicóloga.

Y no tiene nada que ver los recursos que tiene un adulto en contraste con un niño para manejar el estrés. Un adulto puede ser consciente de este estrés y tomar medidas, como hacer una respiración profunda, pasear por la playa, llamar a los amigos y un largo etcétera. Obviamente un niño pequeño no es capaz de hacer todo esto. No puede gestionar el exceso de estrés, así que su cerebro infantil se inunda de hormonas relacionadas con el estrés, como el cortisol, la vasopresina y otros, lo que puede dificultar el aprendizaje y el control de la agresividad. El cortisol cumple muchas funciones, libera energía, retrasa el crecimiento, inhibe las hormonas reproductoras y afecta a muchos aspectos del cerebro, sobre todo la emoción y la memoria. Para afrontar el estrés el cerebro del niño consume la glucosa que podría emplear para las funciones cognitivas tempranas. Con la exposición precoz al estrés se incrementa el número de receptores para los componentes químicos de alerta. Esto aumenta la reactividad y la presión sanguínea… ¿Cómo se traduce esto en el comportamiento del niño? Será más impulsivo y agresivo, es una respuesta impulsiva, aunque los expertos también señalan que puede producirse otro tipo de reacciones: pueden tener una respuesta dependiente (falta de autoconfianza, dificultad para aceptar las críticas, pobre asertividad, poca participación en actividades), respuesta reprimida (mucha sensibilidad, fácilmente se molestan o se les hieren sus sentimientos, temerosos ante nuevas situaciones, poca confianza en sí mismos, preocupados innecesariamente), respuesta pasivo-agresiva (frecuentemente son niños de bajo rendimiento académico, tienden a postergar sus deberes, poco cooperativos, despistados). En cualquier caso, la reacción de los niños al estrés depende de diversos factores, pero no se puede establecer una relación entre estos y su respuesta porque todo depende de cada persona.

Los expertos señalan en general tres factores: la situación que produce el estrés, el niño que sufre el estrés y el entorno social en el que se encuentra. Entre las situaciones que pueden producir estrés infantil se encuentran un ambiente de crispación en casa, el divorcio de los padres y los cambios que implican en las rutinas semanales de los hijos el ritmo de trabajo escolar combinado con las actividades extraescolares… “Las separaciones les producen mucho estrés. Y en cuanto a las actividades extraescolares, los niños cada vez más piden a los propios psicólogos que hablen con sus padres para que les digan de no hacer tantas cosas”, señala Natalia Ortega.

En relación con las reacciones visibles que pueden hacer suponer que se está delante de un niño estresado los síntomas pueden ser: se muestran especialmente temerosos, están muy sensibles y con poca confianza en sí mismos, se muestran preocupados constantemente, no quieren estar solos, están tristes y ansiosos, se muestran indiferentes, postergan sus deberes, el rendimiento escolar baja, se los ve despistados, se comportan de forma desafiante, lloran sin razón aparente, les sudan las palmas de las manos, les duele la cabeza y el estómago, no tienen hambre o se muestran hipervigilantes ante situaciones que otros niños de su edad hubieran afrontado de forma tranquila. Biel Pujol explica que el estrés infantil se refleja, por ejemplo, “en la imposibilidad de hacer los deberes y la falta de ganas de acudir al centro escolar por parte del niño, además de cambios de humor significativos y respuestas desmedidas ante los hechos que ocurren a su alrededor”. Natalia Ortega también señala que si el perfil del niño es más bien introvertido “puede tener menos habilidades sociales, y esto significa que ante una situación nueva, le produce una respuesta estresante”.

Las consecuencias del estrés infantil no solamente son psicológicas, sino que pueden llegar a afectar a todo el organismo. Seth Pollak, profesor de psicología, antropología, pediatría y psiquiatría de la Universidad de Wisconsin-Madison, y director del laboratorio de investigación sobre la emocionalidad infantil, dirigió una investigación publicada en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences a principios del año 2009, donde concluye que el estrés durante la infancia puede tener consecuencias duraderas en la salud de los niños llegando a afectar el sistema inmunológico. En dicho estudio se comparó situaciones muy extremas. Se evaluó la fortaleza del sistema inmunológico de un grupo de adolescentes maltratados en su niñez comparándolo con otro grupo que no había sufrido un estrés inusual. Los investigadores descubrieron que los maltratados tenían los niveles de los anticuerpos significativamente altos, los relacionados con un virus muy común en la población: el herpes simple de tipo I (VHS-1). El director de la investigación concluyó que, a pesar de que el entorno de los niños había cambiado, “psicológicamente siguen teniendo estrés. Esto puede afectar al aprendizaje y a su comportamiento. Y como el sistema inmunológico está comprometido también repercute en la salud de los niños”.

¿Qué hacer entonces para intentar evitar esa tendencia hacia el estrés? Una de las claves es el afecto. Según Biel Pujol, “para los niños es sumamente importante el aspecto afectivo, necesitan sentirse queridos y estimulados, algo que, a menudo no ocurre con los niños que presentan una agenda de actividades extraescolares sobrecargada”. Tampoco se trata de competir en ver quien gana el concurso de pasar más horas con el hijo, “sino que ese tiempo sea de calidad”. Rosa Jové, explica que si esto lo supieran muchos padres, “se ahorrarían el dinero de programas de estimulación y cogerían más en brazos a su hijo. Pareciera como si los padres pretendieran hacer de sus hijos una obra que enseñar al mundo, sin tener en cuenta lo que los niños quieren ser. La causa de esa presión es el deseo de muchos padres de que su hijo sea perfecto”. En este sentido Antonio Muñoz Hoyos recuerda “el frecuente error que se comete al someter al niño a una serie de actividades porque son satisfactorias para el padre (como un rígido entrenamiento deportivo)”.

Rosa Jové explica que las horas que un niño puede dedicar al día a las actividades extraescolares deberían ir en función del tiempo libre que tiene realmente: un niño que sale a las cinco del colegio, que tiene una hora de trayecto en el autobús escolar hasta que llega a casa, que después merienda y que debe hacer los deberes, casi no tendría que hacer nada más, puesto que apenas dispone de tiempo libre antes de acostarse. “En cambio, un niño que sale a las cinco y que a los quince minutos ya ha merendado y apenas le mandan deberes en el colegio puede ocupar alguna hora por la tarde en alguna actividad que le guste. Los niños necesitan jugar y distraerse”. Y el juego reduce el estrés.

Gerald Hüher, director del Centro de Investigaciones de Medicina Preventiva y Neurobiología de Gotinga y Mannheim Heidelberg, asegura que los niños nacen con un cerebro muy potente y que no hay nada como estimularlo a través del juego. Además, Rosa Jové explica que hay estudios que analizan la capacidad que tiene el juego creativo de disminuir el estrés del niño. En un artículo publicado en el Journal Child Psychology, en 1984, se analizó a niños de entre 3 y 4 años en su primer día de guardería. A la llegada se les medía el nivel de estrés mediante la observación y con algunas pruebas objetivas. Se les dividió en varios grupos y se probaron distintas estrategias para afrontar los primeros minutos en la guardería separados de sus madres; de esta manera, a uno de los grupos se le sentó en clase con la maestra y se le contó un cuento, y al otro grupo se le permitió el mismo tiempo de juego creativo, en solitario o en parejas. Transcurridos quince minutos, se volvió a valorar la cantidad de estrés que presentaban. La gran mayoría de niños había disminuido en ansiedad y en estrés, si bien los que habían estado en el grupo del juego libre lo habían hecho en más del doble que los del otro grupo. “Estos datos apuntan a que el juego permite fantasear e incluso integrar situaciones extrañas o difíciles, lo que nos ayuda a afrontarlas con más garantías. Ya sabemos cómo el estrés en los niños, y en los adultos, favorece la aparición de problemas de convivencia. Si quiere menos problemas, déjeles jugar”.

Ante todo eso, ¿cómo afrontar este verano? ¿No hay que hacer deberes ni actividades extraescolares? Rosa Jové comparte una anécdota personal. “Cuando mi hijo mayor tenía unos 8 años (en tercero), su profesora mandó unos cuadernitos de deberes para el verano. Como era amiga mía fui a hablar con ella y le pregunté por qué mi hijo debía hacer deberes en verano si había superado todas las materias. ‘Es para que no pierdan el hábito de trabajo; con una horita al día tienen bastante’, me contestó. ‘¡Ah, claro, –le respondí–. Tienes razón. ¿Y vendrás a mi casa o te lo llevo yo a la tuya? Es que no me gustaría que perdieras tu hábito de trabajo en vacaciones, ya sabes que cuando los maestros volvéis en septiembre estáis un poco despistados’. Sonrió y me dijo: ‘Vale, que no haga los deberes’. Pienso que hacer los deberes es una costumbre que arrastramos de épocas anteriores y que aplicamos sin más. ¿Es verdad que hacer trabajar a un niño en casa, fuera de horario escolar, le va a hacer un adulto responsable? Permítame dudarlo. Hay una cosa que yo valoro mucho en las personas, que es su capacidad para poner atención en lo que están haciendo. O lo que es lo mismo, su capacidad para desconectar. Me gusta estar con gente que cuando trabaja va al grano y que cuando descansa disfruta de su tiempo libre y no está pensando en el trabajo”.

Si bien es cierto que la sobresaturación puede desembocar en una tendencia hacia el estrés tampoco hay que olvidar, como quiere recordar Antonio Muñoz Hoyos, que cualquier “clase extra puede suponer un buen estímulo; no debemos olvidar que el espíritu de superación y el esfuerzo forman parte del aprendizaje”. Una de las claves para evitar los efectos negativos del estrés es que las propuestas deben ser deseadas por el niño, da igual si son actividades intelectuales o físicas, “todas las actividades son, a priori, interesantes y a su vez todas pueden estar de más. La clave para elegir entre apuntar a nuestros hijos a una actividad extraescolar y qué tipo de actividad escoger para ellos radicaría en un buen conocimiento de las características del niño, de sus capacidades y sus preferencias, cómo lleva su rendimiento académico y otros aspectos relacionados con su desarrollo integral. Cuando se han analizado mínimamente estas facetas, se puede estar en condiciones de poder ampliar o reducir actividades, y cuáles pueden ser más o menos recomendables”.

Natalia Ortega señala que no hay que olvidar que la actitud de los padres también es fundamental, pues muchas veces “son los propios padres los que producen estrés a los niños porque están nerviosos y con prisas. Cuando se prepare el baño y la cena, mejor hacerlo tranquilamente. Los niños se empaparán de esa tranquilidad”. Y visto la crisis que se está viviendo habrá que tener presente también esa actitud. Casi el 60% de la población española está convencida de que la crisis actual afectará negativamente el futuro económico y social de los menores, y que el 53% está convencido que sus hijos tendrán una menor protección social en el futuro (según los datos de la Obra Social Caja Madrid). Así que habrá que preparar, fortalecer y dar instrumentos al niño para que pueda hacer frente a situaciones estresantes.

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Mi amigo el psicólogo


(Artículo original de la web de LA VANGUARDIASara Sans)

casa_arbolAparentemente las cosas no le van mal. Tiene entre veintitantos y cuarenta y pocos años. Un trabajo, quizás una pareja. Gente con la que salir, decenas o cientos de amigos en el Facebook… Pero plantea sus inquietudes, sus insatisfacciones y sus miedos al psicólogo: una infidelidad, dudas sobre si tener o no tener hijos, la rutina sofocante o la presión en el trabajo. “Buscan a alguien en quien depositar sus problemas, alguien que les pueda aconsejar”, mantiene la psicóloga Isabel Larraburu. Este perfil de cliente, a priori sin problemas clínicos pero con una mochila de dudas e inseguridades a cuestas, abunda cada vez más en las consultas de los psicólogos.

“Nos centramos mucho en el mundo externo: los amigos, el coche, los viajes… y poco en el mundo interno: qué quiero, qué necesito, qué me hace sentir bien…”, mantiene Eva van der Leeuw. Por la consulta de esta psicóloga pasan cada vez más pacientes “que tienen sensación de vacío interior, no saben qué hacer en determinados aspectos de su vida”.

¿Por qué no lo hablan con sus amigos o con su familia? “Por una parte, ir al psicólogo ya no está mal visto, y de otro lado, son cuestiones íntimas y suele haber un nivel bajo de intimidad en las relaciones; el psicólogo es un profesional y la confidencialidad está siempre garantizada, el paciente puede explicarlo todo”, añade Larraburu. Tras 27 años de experiencia, esta profesional constata que muchas decisiones vitales se toman cada vez más tarde: “Las mujeres priorizan su vida laboral y retrasan la decisión de tener hijos, luego hay problemas de infertilidad, muchos jóvenes a los treinta años siguen estudiando un máster, las parejas se rompen, los trabajos no duran para siempre…”.

Este segmento de población que ha crecido en una sociedad que cultiva el individualismo, el consumismo y el yes, you can, “tiene menos tolerancia a la frustración, hay mucha inmadurez y el psicólogo de alguna forma ayuda a parar los golpes de esta frustración”, añade Larraburu. El llamado síndrome Peter Pan abunda en las consultas de estos profesionales. Según el psicólogo Antoni Bolinches, autor del libro Peter Pan puede crecer (Grijalbo) y especializado en el tratamiento de los conflictos de pareja, disfunciones sexuales y terapias de crecimiento personal, “el 50% de la población masculina de entre 20 y 40 años de Occidente en mayor o menor grado tiene un problema de inmadurez y tiene miedo al compromiso”. Y acuden al psicólogo sin tener una problemática grave para reforzar su autoestima: “Son personas inseguras y necesitan un apoyo externo, algunas veces pueden ser los amigos y otras veces no, porque los amigos están en la misma situación”, añade.

Bolinches atribuye el síndrome Peter Pan a los varones y el de Campanilla a las mujeres: “En iguales circunstancias y con la misma edad, la mujer suele ser más madura que el hombre”. Pero ellas van más al psicólogo. Según Bolinches, “los hombres tienden a pensar que solos pueden arreglarlo todo, ellas aceptan más la ayuda externa y buscan ayuda donde haga falta, las mujeres son más receptivas y creen más en el cambio, los hombres están más desorientados, pero la verdad es que van cambiando”. Los rasgos Peter Pan (el arquetipo literario del niño que se resiste a crecer se ha convertido en categoría psicológica) son propios de gente que tiene tendencia a aparentar cosas que no es, que se pone de mal humor cuando no puede satisfacer inmediatamente sus necesidades, cuya seguridad depende de la aceptación que recibe de los demás, a la que le resulta fácil incumplir los compromisos que acepta. Y normalmente su entorno los considera excesivamente inmaduros o egoístas. “Son personas que han crecido en un entorno consumista y superficial, que no han desarrollado la cultura del esfuerzo, que es la parte adulta de la persona, y entonces les asaltan las dudas, desconfían de su propio criterio”, mantiene Bolinches.

Y acuden al psicólogo: “El amigo normalmente espera a que el otro calle para explicarle cómo ha vivido él aquella misma situación, y entra en juego la relación afectiva, quizás no se atreve a decir lo que piensa para no herir al otro, quizás hay envidias… Con el psicólogo se establece otra relación”, dice Daniel Canero. Este psicólogo y psicoanalista mantiene que el incremento de pacientes que van a la consulta para cuestionar aspectos de su vida responde también a la tendencia creciente de preocuparse más de uno mismo: “De la misma forma que uno se apunta al gimnasio o cuida la dieta, cada vez prestamos más atención a nuestro bienestar emocional y se acude a un profesional”, explica.

Canero justifica el hecho de acudir a un psicólogo en lugar de plantear las dudas y los miedos a personas más cercanas como familiares por la “falta de terreno común”: “Hasta no hace muchos años los jóvenes tenían un modelo de vida similar al de sus padres, pero ahora el esquema ya no se repite… Han cambiado muchas cosas, ya no hay segundas residencias, ni trabajo para siempre, muchas veces no hay ni un trabajo que motive, los hijos se tienen más tarde o no se tienen, las parejas se rompen, muchas se conocen por internet…”.

La consulta se convierte así en una “zona segura” para las confidencias: “No somos amigos ni tampoco somos el sacerdote de antaño, al que la gente iba a confesarse; nosotros proporcionamos una ayuda profesional para, en primer lugar, definir los problemas y luego proporcionar mecanismos para afrontarlos y superarlos”, insiste Larraburu.

El número de sesiones es variable y, en gran medida, depende del bolsillo del paciente: “No se van a arreglar en cinco sesiones problemas que se arrastran desde hace muchos años, en general lo mínimo es una sesión por semana durante quince semanas, pero hay de todo, algunos siguen viniendo durante años, otros reaparecen al cabo de unos meses”, explica Canero.

Las consultas al psicólogo han aumentado al tiempo que se ha consolidado el coaching, figura que acompaña y asesora al usuario en todos los ámbitos de la vida. Desde cómo relacionarse mejor con los jefes hasta cómo funcionar mejor con la pareja.

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